¿CENSURA EN LA LITERATURA INFANTIL?
Desde que la
Tierra dejó de ser sólo el hábitat geográfico de la estirpe humana, para
convertirse en “mundo, aparecen con
ello, diferentes concepciones y patrones
que buscan modelar el comportamiento
de las personas y orientarlo hacia el concepto del bien común y los
valores que preserven la “identidad de
la sociedad”. Sin embargo, el hacer diario se ha encargado de mostrarnos
innumerables ejemplos en la historia, que dan cuenta de factores que tienen una profunda implicancia en los paradigmas sociales. Como por ejemplo, la experiencia
individual y colectiva de los sujetos; sus creencias, sus códigos afectivos internos, sus concepciones de
mundo, su capacidad de sociabilizar, pero, especialmente su capacidad para
crear y expresar.
Crean los niños y también crean los adultos. Los
primeros, de manera espontánea, de acuerdo a su propia lógica e imaginación, en
donde las leyes y las dimensiones de realidad se mezclan sin problemas. Los
segundos, en cambio, mediatizados por los sistemas formales de educación y, por
el arraigado concepto que se asignan, de
mediador y tutor de los más pequeños. Y desde esta perspectiva asumen las distintas dimensiones del quehacer
humano. Uno de ellos, la lectura.
¿Qué deben leer los niños?, ¿qué es conveniente
para su edad?. Preguntas como éstas han estado presentes desde el origen hasta
el nacimiento de la instrucción formalizada. Si recorremos nuestros
antecedentes, desde las tribus originarias, un adulto, investido de autoridad,
determina lo que necesita saber un niño y un joven para su vida. Más adelante,
se mantiene este modelo en los padres o tutores de familia y se extiende
incluso hasta las instituciones de toda índole, especialmente en las educativas.
En general, como humanos adultos nos hemos olvidado
de que existe una distancia abismante en
las aristas que componen las distintas dimensiones de la realidad. Imponemos,
determinamos y juzgamos de acuerdo a nuestro particular punto de vista, muchas
veces sesgado por concepciones históricas y culturales.
En lo que respecta a la literatura, el panorama no
suele ser distinto a lo descrito. De acuerdo a lo señalado por Jorge Larrosa “ Todo relato, toda ficción
puede leerse desde el supuesto de que
contiene una enseñanza, aunque la enseñanza que presuntamente se derive de su
lectura no agota todas las dimensiones de la obra” ( Pedagogía Profana: Buenos
Aires, Ediciones educativas,2000). Con esto se quiere señalar que no siempre
son coincidentes el propósito educativo que se quiere descubrir en la obra, con
la interpretación que realiza el lector y la creación artística que ha querido
entregar el autor. Como postulaban los Creacionistas, el arte debe ser una
creación en sí mismo y no debe obedecer a finalidades determinadas. Por lo tanto,
la obra literaria es una creación en sí misma y no para otros.
Por otro lado, la obra no debe concebirse
desvinculada de su contexto de producción, ni descontextualizada del contexto
de recepción. Y por eso mismo es muy complejo asignarle a una determinada obra
literaria el calificativo de “moralmente adecuada para la enseñanza”. Gianni
Rodari , establece una diferencia entre el ”niño” y el “niño alumno”(La
imaginación. En Revista Perspectiva escolar, N°43),lo que lleva a concluir que
no siempre el modelo de alumno-lector corresponde al de niño-lector. Es
moralmente bueno formar en valores, pero igualmente importante es dar opciones
para que el niño, desarrolle intuitivamente
las dimensiones de su proceso de crecimiento que configuran el sí mismo,
el otro y los otros. ¿Censurar la literatura?. Creo que es fundamental preparar a los niños con
herramientas cognitivas que no anulen su dimensión intuitiva, emocional e
incluso mágica. Así, tal vez, tendremos más lectores que disfruten de los
textos, pero que también sean capaces de proponer una postura frente a lo que
leen.